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Leyendas del béisbol cubano: José Ibar




Una vez más bienvenido a Leyendas del béisbol cubano, un proyecto iniciado el pasado año y que pese a ser interrumpido nunca dejó de existir. ¿Qué puedes encontrar aquí? ¡No hay límites! Estoy pensando en traerte todas las semanas una historia impredecible para ti, pero que vas a apreciar porque será sorprendente. Desde que cubro el béisbol para BaseballdeCuba.com, había pensado en un proyecto como este. Entonces, ¿por qué no me lancé antes?: Bueno, para ser honesto, siempre pensé que merecía un espacio especial dentro de la cobertura anual del béisbol cubano. Sé que la lectura será de tu agrado y, sobre todo, seguramente te remitirá a varias de tus historias favoritas. Espero que disfrutes la lectura, tanto como lo orgulloso y complacido que me sentiré de escribirlas, mientras disfruto recordándote por qué amamos el béisbol.


 

La historia de José “Cheo” Ibar como lanzador reveló un ejemplo de perseverancia y superación a lo largo de su carrera de 18 temporadas.


Cuando debutó en 1986 a los 17 años lanzando con el equipo Habana, Ibar conoció desde el inicio el nivel de exigencia que debía asumir un pitcher para tener éxito. Perdió su primera decisión, 6-3 ante Vegueros el 23 de noviembre de 1986, viendo cómo el estelar zurdo Omar Ajete lucía desde el box por los contrarios.


Después de aquel desafío ante una de las alineaciones más implacables de la época en plena era del bate de aluminio, Ibar demoró un año y un día exactamente para ganar su primer partido en Series Nacionales. Sin embargo, después de aquella primera sonrisa sobre la colina, encabezando el camino cuando La Habana venció 10-4 a Isla de la Juventud a inicios de la 27 Serie Nacional, nacía una “Leyenda del béisbol cubano”.


Con marca de 1-1 en su carrera a los 18 años (siete meses y 22 días de nacido), el diestro natural de La Maya en Santiago de Cuba, comenzaba a hacer historia en la pelota cubana. Desde entonces, nunca perdió más de tres decisiones consecutivas, ganó 172 partidos y perdió 99. Pero esos fueron solo algunos de sus números más significativos, que simplemente podrían describirse como la etiqueta de uno de los diestros más consistentes de todos los tiempos.


Antes de terminar su carrera, Ibar confesó varias veces que deseaba alcanzar las 200 victorias, pero lamentablemente se quedó a 27 éxitos de su sueño. Las lesiones (una bursitis en su brazo de lanzar), la sanción tras su salida ilegal del país y el desgaste durante casi dos décadas, fueron parte del efecto que le impidió a “Cheo” seguir en activo.


Su última victoria, la No. 173, Ibar la consiguió el 12 de diciembre de 2003 (a los 34 años), luego de lanzarle cinco ceros con ocho strikeouts sin conceder bases por bolas en un triunfo 7-0 de La Habana sobre Camagüey en el estadio Cándido González. Sumando esa victoria, Ibar cerró con marca de 22-8 durante sus últimas 41 aperturas después del regreso del bate de madera.


Tras aquellas últimas actuaciones en la 43 Serie Nacional, su registro de juegos lanzados terminó con 366. Inició 323 de ellos, acumuló 2,371.0 innings y ponchó a 1,709 oponentes. En ninguna de esas estadísticas tradicionales Ibar terminó entre los mejores diez lanzadores de todos los tiempos en el béisbol cubano. A día de hoy, su efectividad general de 3.45 se ubica en el puesto No. 67 de lanzadores con al menos 1,000 innings lanzados y, con dos temporadas menos, se quedó a 84 juegos ganados de Pedro Luis Lazo, el líder en Series Nacionales con 257 victorias.


O sea que, si no lo viste lanzar y te guías únicamente por sus registros a lo largo de su carrera, entonces te estarías perdiendo el lado más fascinante en la historia de José Ibar Medina: Su inigualable consistencia, probada 13 series bajo el desafiante bate de aluminio. La grandeza de un lanzador que, más allá de disertar a base de inteligencia y un repertorio devastador —piensa en una slider casi imposible de alcanzar—, sentó cátedra en el “arte de lanzar”.


Ibar trascendió, y así lo muestra su legado para todas las edades, como uno de los pitchers más difíciles de vencer en el béisbol cubano. ¿Cómo lo hizo? ¿Qué mostró realmente con esas 173 victorias? La historia de superación comenzó el 15 de noviembre de 1997.


Aquel sábado, Ibar abrió venciendo 8-1 a Isla de la Juventud en el día inaugural de la 37 Serie Nacional. Con esa victoria, rompió momentáneamente su marca de .500, ya que había lanzado para 15-15 en sus últimas dos campañas: 7-7 en la 35 Serie y 8-8 en la 36. Con ese historial reciente, ¿era razonable esperar la noticia que nos conmovió 122 días después?: ¡José Ibar buscará implantar un nuevo récord en Series Nacionales en duelo contra el talentoso espirituano, Maels Rodríguez!


Esa fue la gran noticia que se robó el show aquel martes 17 de marzo de 1998, cuando “Cheo” Ibar subía al montículo en busca de su victoria número 20 de la temporada regular. Dos de ellas ya las había logrado contra Sancti Spíritus, 2-1 y 6-0 cuando extendió su marca de éxitos a 12-0 y 19-2, respectivamente.


Así que, para hacer aún más sensacional la posible ruptura del récord perteneciente a Braudilio Vinent desde 1973, cuando el “Meteoro de La Maya” arribó a 19 triunfos lanzando con Serranos. Y así sucedió: 25 años después, Ibar, también natural del municipio de La Maya en Santiago de Cuba, subió al trono de todos los tiempos con su victoria No. 20.

Venció 1-0 a Maels Rodríguez y, además de inscribir su nombre con letras mayúsculas como el pitcher más ganador en los libros de récords del béisbol cubano, terminó conquistando la Triple Corona, al liderar con 189 strikeouts y 1.51 de efectividad. En 24 aperturas, Ibar cerró la temporada de 1997-98’ con apenas dos indecisiones, 11 juegos completos, cuatro blanqueadas y dejó a sus 743 oponentes exhibiendo deslucido promedio de .185.


A diferencia del inicio de su carrera, cuando crecía como un as del equipo Habana, que contaba con una de las alineaciones más temibles del béisbol cubano a finales de los ochenta e inicio de la década del noventa, Ibar fue progresando en todos los sentidos. Pero, si tuviera que definir la época más resplandeciente de sus 18 campañas, donde fue más dominante, señalaría el lapso entre sus 25 y 30 años.


En esas temporadas de 1995 al 2000, Ibar fue sumamente exitoso, ganando el 75.7% de sus decisiones, con marca de 78-25. Aunque, para dar el merecido crédito a un “señor pitcher” en toda la extensión de la palabra, vale señalar que “Cheo” nunca sufrió regresiones decadentes: Entre sus 20 y 30 años, registró marca de 112-44 (71.7% de victorias) en Series Nacionales, pero a partir de los 30, lanzó para 23-9 (71.8%).


Esos números te dicen qué tan consistente fue, pero dentro del récord de 42 victorias entre 1997 y 1999, este registro también exalta la capacidad de Ibar: En 24 de sus victorias, el equipo Habana anotó cuatro o menos carreras. O sea que, a lo largo de esas temporadas de la 37 y 38 Serie Nacional, “Cheo” no contó con la ofensiva acostumbrada como disfrutó al inicio de su carrera. Luego del récord de 42 victorias en 47 decisiones, 38 de ellas habían llegado con diferencia de al menos tres carreras.



Con aquel gran éxito que cerró una legendaria temporada donde “Cheo” ganó 14 partidos consecutivos —17 de las 22 decisiones por margen de al menos tres carreras—, no sólo comenzaba su salto definitivo al estrellato, sino también la última gran actuación de un pitcher ganador de la Triple Corona. Ibar la logró 14 años después de que el diestro pinareño Reinaldo Costa impusiera su dominio en la Serie Selectiva de 1984, cuando ganó 12 partidos y lideró la liga con 12 ganados y 60 strikeouts.


Desde entonces, han pasado más de dos décadas (22 años) y ningún otro lanzador ha podido impactar conquistando la Triple Corona del pitcheo en Series Nacionales. Incluso, si analizamos a los cinco ganadores que han viajado a través de la historia por sus actuaciones épicas, aquella temporada (1997-1998) de Ibar luce cada vez más inalcanzable. Sus 20 victorias aún siguen intactas, pero además, su distinción y categoría es única sobre quienes le antecedieron ganando la Triple Corona: Apartando a un lado la admirable efectividad de Omar Carrero, quien lanzó para 0.46 en 1976, ningún otro pitcher compite con la cadena de éxitos y los 189 strikeouts de Ibar.


De sobresalir como un lanzador de la media, podríamos decir, con marca de 15-15 y efectividad de 4.95 en 31 aperturas y 234.1 innings acumulados entre 1995-1997, el salto de calidad de Ibar fue tan inesperado como sensacional. Es cierto, su rendimiento previo a 1997 nunca reveló que ese brusco ascenso hacia la élite del pitcheo cubano a mediados de la década del 90 sucedería, pero Ibar trabajó para eso.


La primera mejoría apreciable fue su control, convirtiéndose en un pitcher más ponchador y menos vulnerable en el conteo. Aunque, eso sí, a pesar de haber cerrado con balance de 15-15 en las dos temporadas antes de su breaking, a Ibar le batearon apenas .273/.341/.371. Ese rendimiento no revela exactamente el proceso acelerado de un posible ganador de la Triple Corona, pero tampoco se correlacionan con el resultado esperado de un pitcher que admitió 141 carreras en 31 aperturas.


Entonces, simplemente sucedió. A los 28 años —aunque aún tenía 27 cuando consiguió su primer triunfo de 1997—, “Cheo” consiguió la madurez suficiente para desafiar a los bateadores de la liga. Encontró el efecto devastador y la confianza con todos sus pitcheos, y el dedicado enfoque para mejorar el comando, en mi opinión, lo ayudó para ubicarse definitivamente entre los lanzadores más dominantes de todos los tiempos.


Fue, sin lugar a dudas, el dueño de un estilo propio, una personalidad admirable para otros pitchers con aspiraciones a convertirse en un as. Y eso, sobre todo, fue algo que disfruté cuando lo vi lanzar. Recuerdo cómo a veces renunciaba a ponchar, intentando un lanzamiento más ingenioso que retador: Al final eso lo ayudaba a avanzar más en el juego utilizando menos lanzamientos. Pero también recuerdo que, en situaciones difíciles, solía desesperar a los bateadores ganándole la batalla con ecuanimidad y suspicacia.


Ibar contaba con un repertorio impredecible, curtido, pero también fue capaz de mantener una ejemplar forma deportiva. Era un competidor desafiante, y eso lo aprendí cuando demostró que su gran temporada no había terminado con aquel récord de 20-2: En los playoffs, brilló como lo hacen los grandes lanzadores, entregándose por completo y demostrando su indiscutible calidad ante cualquier rival sobre el montículo.


Cuando La Habana necesitó reaccionar a tiempo contra el impetuoso equipo de Metropolitanos, Ibar, quien había ganado 3-0 el Juego 1 de los Cuartos de Finales de 1998, forzó el empate con una disertación de pitcheo, propinando 11 strikeouts en seis entradas. Y, por si fuera poco, luego de esas dos joyas de pitcheo para aportar dos de los tres triunfos de La Habana sobre Metropolitanos, “Cheo” marcó la diferencia contra el poderoso equipo de Pinar del Río.


Ibar ganó los Juegos 2 y 5 de aquella Semifinal en 1998, ambos duelos para el recuerdo con marcador de 2-1 contra Pedro Luis Lazo. Luego de irse con marca de 4-0, “Cheo” dejó un récord aún inalcanzable de 45 strikeouts en 36.2 innings, con tres juegos completos. Al final, aunque en su última apertura de la 37 Serie Nacional dejó a La Habana delante 3-2 a un paso de la final, el zurdo Raúl Valdés perdió los siguientes desafíos y Pinar del Río discutió el título contra Santiago de Cuba.


Finalmente, después de 233 innings de labor, Ibar ganó 24 de sus 26 decisiones en 28 aperturas durante la 37 Serie Nacional. ¡Asombroso! Pero sabes qué resultó una muestra aún más increíble de tenacidad y talento legítimo: Las 18 victorias que acumuló al siguiente año. Sí, ¡para sumar 42 éxitos en 47 aperturas! ¡Una marca registrada que será casi imposible de superar!


Al año siguiente del 20-2 (¡24-2 agregando el 4-0 en los playoffs!), Ibar lideró la liga en strikeouts (158) y victorias (18-2), pero perdió la Triple Corona consecutiva al terminar noveno en efectividad con 2.28: El diestro de Granma, Ciro Silvino Licea, fue el líder al exhibir efectividad de 1.85. Sin embargo, ahora, al revivir el legado histórico de “Cheo” Ibar 21 años después, podemos apreciar su grandeza como figura cimera en una época donde daba gusto disfrutar incontables duelos de ases.


Si resumimos rápidamente a los mejores lanzadores en ese lapso de dos temporadas, he aquí quienes sobresalen en varias de las métricas que no se usaban para analizar patrones de dominio (las estadísticas en playoffs no cuentan):


Hubo apenas seis pitchers de los 96 calificados con al menos 100 innings lanzados entre la 37 y 38 Serie Nacional, que ganaron el 70% de sus decisiones. Pero, entre ellos, hubo sólo uno que ganó el 90%: ¡Ibar, con récord de 38-4!


He aquí el resto de las categorías estadísticas que lideró Ibar y dónde estuvo cerca de reinar:

  • ERA: 1.90 (segundo, lideró José Ariel Contreras con 1.88)

  • WHIP: 1.00 (líder)

  • INN: 389 (líder) SO: 347 (líder)

  • BA/Oponentes: .205 (tercero, lideró Maels Rodríguez con .199)

  • OBP: .267 (primero) SLG: .267 (cuarto, lideró Omar Luis Martínez con .257)

  • OPS: .534 (primero)

  • BABIP: .267 (quinto, lideró Jorge Tissert con .249)

  • ISO: .061 (séptimo, lideró Contreras con .041)

  • SO-BB%: 16.0% (lideró)

Entonces, ¿qué más aprendimos aquí? Exacto. El dominio de Ibar fue imperante, consistente, superando en varios patrones de dominio a grandes lanzadores de aquellos tiempos. Y una de las más admirables consideraciones que siempre han viajado en mi corazón sobre el reinado de “Cheo”, fue haberlo visto esculpir todos esos números en un momento donde el nivel del béisbol cubano era encantador. Pero además de todos los momentos que Ibar protagonizó para el deleite de quienes lo vimos lanzar, nunca podemos eludir cada uno de esos logros retando a sus rivales con bate de aluminio.


Por eso, mientras canalizo la grandeza de cada hazaña una y otra vez, recuerdo también que ha merecido un lugar más honorable en la historia.


Tal vez estemos de acuerdo ahora: Quizás, el último recuerdo que fijaste en tu memoria fue el jonrón que le permitió Ibar a Charles Johnson en aquel histórico duelo de 1999 entre Cuba y los Orioles de Baltimore. O la noticia de que al astro del número “36” fue excluido del equipo Habana por un intento de salida ilegal del país. Sin embargo, aquí, en “Leyendas del béisbol cubano”, donde intentamos revivir la historia rubricada por los culpables de nuestra desmedida pasión beisbolera, sabemos apreciar a quienes hicieron historia dentro del diamante. Y, entre esos héroes de todos los tiempos, José Ibar Medina sigue ocupando un lugar bien ganado a base de entrega y sacrificio.


“Cheo”, como le llaman cariñosamente, fue una de las leyendas que brilló con luz propia, siendo siempre incansable en el arte de lanzar. Y esa virtud para retar a sus contrarios y conducir el juego, la demostró a lo largo de su carrera. De hecho, cuando maduró, se convirtió en un pitcher inquebrantable, en uno de esos ases que te gustaría ver encima del montículo aunque fuese para retar a tu equipo favorito.


Ahí está la historia: El legado de Ibar sigue intacto. Pero, de igual manera, más allá de los números, sus actuaciones siguen siendo joyas imperdibles en el tiempo. Alguien tenía que hacerlo, y fue “Cheo”, uno de los mejores pitchers de todos los tiempos en el béisbol cubano.


Tras 22 años, ahí están las hazañas de Ibar, tan intactas como su historia. Y aún no hay nadie con quién compararlo: “Cheo” es y será una leyenda.


(Foto: José Ibar/Getty Images)

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