Los Cocodrilos de Matanzas vencieron a los Cazadores de Artemisa y se coronaron campeones en el Juego 6.
Cuando Denis Laza abrió el Juego 6 con un jonrón de tres carreras, conectando el pitcheo número 13 del diestro Renner Rivero, los Cazadores de Artemisa parecían incontenibles. Sin embargo, la ventaja de tres rayitas se esfumó en un instante, por la misma vía que los Cazadores vieron escapar un posible éxito en el Juego 1: los múltiples errores a la defensa.
Contra un equipo tan poderoso como estos Cocodrilos de Matanzas las imprecisiones fueron fatales durante toda la temporada, y así ocurrió en el Juego 6: los Cazadores cometieron siete errores defensivos, el abridor Raymond Figueredo salió por molestias en su brazo durante la segunda entrada —lanzó solo 1 ⅔ innings—, y el bullpen terminó admitiendo 10 hits y nueve carreras en 6 ¹/₃ IP. La ofensiva anotó cinco anotaciones en el primer tercio del juego, pero el bullpen de los Cocodrilos propinó seis ceros consecutivos.
En dos tercios de juego, la decisión era cuestión de tiempo. Así que, no hubo Juego 7: ¡Los Cocodrilos son los nuevos campeones de la Liga Élite!
Los Cazadores fueron dignos rivales. Empataron la serie 1-1, luego 2-2 con la magistral actuación monticular de Erlys Casanova, pero no pudieron darle un giro total a la serie. He aquí cinco claves que definieron el camino de los Cocodrilos al título de esta II Liga Élite:
1. La indetenible ofensiva de los Cocodrilos
¿No era lo que esperábamos? ¡Por supuesto! Y así sucedió: la ofensiva de Matanzas fue prácticamente indetenible. Hubo solo dos lanzadores que lograron dominar a los Cocodrilos: 1) Yadián Martínez, quien reforzó a los Leñadores de Las Tunas y extendió un “no-hitter” hasta el final del sexto inning en el Juego 2 de la Semifinal. Y, 2) Erlys Casanova, quien tiró entradas sin permitir carreras y obtuvo éxito por 3-2 en el Juego 4 de la Final.
Lanzadores titulares de rotación como los zurdos Dariel Góngora (Las Tunas) y Geonel Gutiérrez (Artemisa) fueron bombardeados. Góngora perdió sus dos aperturas, registrando 9.72 ERA en 8 ¹/₃ innings de durabilidad, donde soportó 13 hits, siete de ellos extra bases (cuatro dobles y tres jonrones). Tras haber llegado a la postemporada con racha de 12 innings sin admitir carreras contra los Cocodrilos, Góngora pudo ponchar a solo tres de sus 41 oponentes. Geonel también pasó por múltiples tribulaciones. Aunque logró esquivar el ataque en su primera apertura durante el Juego 1 de la Final, admitiendo cuatro carreras (una sucia) en seis entradas, terminó siendo devorado en el importantísimo Juego 5. Durante 2 ¹/₃ innings, se le embasaron nueve de los 14 oponentes que enfrentó, seis de ellos por hit y otorgó tres boletos.
Atravesar el centro del lineup con Yurisbel Gracial, Yordanis Samón y Rusney Castillo fue un reto que los lanzadores tuneros no pudieron superar. Durante la Semifinal, la trilogía de Gracial-Samón-Rusney conectó 10 de los 13 jonrones que batearon los Cocodrilos contra el pitcheo de los Leñadores. Y, luego, los vuelacercas siguieron marcando momentos claves contra los Cazadores de Artemisa en la Final. De hecho, el registro total de 19 jonrones en esta postemporada igualó el récord que implantó Agricultores en la I Liga Élite durante 11 juegos.
En cada éxito de los Cocodrilos, los extra bases fueron decisivos para dar vuelco al marcador: José Amaury Noroña definió el Juego 1 con un oportuno jonrón ante José Ignacio Bermúdez en el final de la octava entrada, para ofrecer ventaja por 6-5 a los Cocodrilos.
Camino a la victoria del Juego 3, otros dos vuelacercas marcaron la diferencia: un jonrón de dos carreras de Eduardo Blanco en el inicio del cuarto inning, que dio ventaja por 4-3. Y, tres entradas más tarde, bambinazo solitario por el center field de Erisbel Arruebarena, para poner delante a los Cocodrilos, 5-4. La historia del Juego 6 anoche cerró el capítulo del récord en jonrones: Yordanis Samón rompió el empate a cinco carreras devorando un pitcheo de Yunieski García en el final del quinto, y Ariel Sánchez repitió la dosis contra un pitcheo de Maikel Taylor, iniciando el sexto capítulo.
Con la victoria por 12-5 en el Juego 6, los Cocodrilos terminaron registrando 83 carreras anotadas en 12 partidos, lo cual arroja un impresionante promedio de 6.9 por partido. El equipo más cercano fueron los Cazadores, quienes se combinaron para 4.5. De principio a fin, el poder fue el principal potencial de los Cocodrilos, y sus principales bateadores se comportaron a la altura de las expectativas.
Gracial (5) y Samón (5) registrando cifra combinada de 10 jonrones y 20 remolcadas, poderío que encabezó el ataque contra los Leñadores en la Semifinal. Y, luego, en la Final ante el pitcheo de los Cazadores, los swings de Erisbel Arruebarena (3) y Eduardo Blanco (4) dictaron sentencia: impulsaron siete veces la carrera del empate o la ventaja en el marcador.
El gran problema es que la amenaza no era solo Gracial o Samón, quienes ocupaban los turnos en el centro de la alineación. Cualquier bateador de los Cocodrilos podía sorprender con un contacto fuerte, capaz de convertirse en extra base. Los Cazadores no pudieron detenerlos, sobre todo en momentos claves. Esa incapacidad del pitcheo marcó la diferencia.
2. Eduardo Blanco y su impacto de MVP
.478. ¿Qué significa? Sí, es un número que parece sonar bien. Y lo es. Se trata del arrasador promedio de bateo de Eduardo Blanco con corredores en posición anotadora durante estos playoffs. Nadie pudo alcanzarlo. Pero, además, Blanco fue líder en hits (19), bases robadas (3), y segundo en carreras remolcadas (12). Cuando batear para doble play se convirtió en un ejercicio cotidiano de los bateadores durante toda la postemporada, ninguna combinación del infield logró poner fuera a Blanco en 49 apariciones al plato.
El impacto de Blanco, incluso antes de terminar el Juego 6 de la Final, creo que ya había ganado considerables papeletas para obtener un premio de MVP: fue clave en tres de las cuatro victorias de los Cocodrilos durante la Final, aportando bateo oportuno y un trabajo defensivo incuantificable—aún me pregunto qué calificación tendría Blanco como center fielder si los radares de StatCast se estrenaran en la Serie Nacional. Robó jonrones, atrapó elevados con etiqueta de extra bases, y rompió rallys realizando tiros sorprendentes a las bases.
A veces parece indetenible: golpea la bola sin grandes pretensiones, hacia donde venga el pitcheo—o, incluso, hacia donde haya que ejecutar una jugada, en caso de que sea un “hit and run”—. Nunca se da por vencido cuando intenta capturar un elevado, sin importar cuánto podría exponerse su físico. Por cierto, sería razonable no retar la potencia de su brazo derecho. Blanco corre de home a primera como si fuera su última cabalgada.
A diferencia de sus primeros años, cuando dejó de ser lanzador, su swing ha pulverizado las abultadas tasas de “swing and a miss” que lo perseguía. Pero más allá de todas sus herramientas, y de cómo se ha convertido en un jugador a seguir en el circuito nacional actual, Blanco resalta por su desbordante pasión dentro del terreno de béisbol. La inagotable energía por contribuir a cada éxito de los Cocodrilos, se convierte en el combustible de Blanco. Esa es la historia de vida que no pueden reflejar las estadísticas, aunque definitivamente cada métrica positiva se traduce en un cúmulo de contribuciones individuales.
Así que, si de impacto se trata: Eduardo Blanco lució y cumplió al nivel de un MVP.
3. Frank Luis Medina: pieza clave del bullpen
Desde la temporada regular, el bullpen de los Cocodrilos lucía imponente, pero cuando llegó la postemporada, el cuerpo de relevistas se fortaleció mucho más. Varios abridores pasaban a ocupar posibles roles situacionales en el bullpen. Sin embargo, en la Final, la profundidad no fue necesaria, y ya sabes la razón: Frank Luis Medina fue el relevista encargado de asumir la responsabilidad en cada situación decisiva. Y, como se esperaba, su actuación fue prácticamente impecable: durante la Final, lanzó 10 ¹/₃ innings, más que cuatro de los cinco abridores del equipo, y dejó a los Cazadores en una carrera.
A pesar de la velocidad habitual de su bola rápida sobre las 90-91 mph—rosando las 93-95 en varios lanzamientos—, la principal estrategia de Medina fue lanzar strikes. Dominar bateadores. Permanecer agresivo en la zona de strikes aunque esa estrategia lo convirtiera en más vulnerable al contacto. Al final, su trabajo fue impecable: enfrentó a 42 bateadores sin otorgar boletos, y no permitió extra bases.
Eso es todo lo que necesitaban los Cocodrilos, actuaciones dominantes que apoyaran el pitcheo abridor. Medina las cumplió, junto a Noelvis Entenza y Armando Dueñas Jr., quienes se combinaron para registrar 12 ¹/₃ innings sin admitir carreras limpias durante toda la Final.
4. Yoenis Yera, as de la rotación abridora
Sí, suena extraño: Yera terminó la postemporada con una tasa de ponches de 2.3%, lo cual está bastante lejos de su tasa histórica de 21.4% antes de lanzar en la II Liga Élite. De hecho, en los playoffs de la I Liga Élite, la tasa de Yera fue de 23 K%. Aun así, las tendencias no parecían del todo negativas. La reducción de los ponches fue significativa, pero lo que Yera necesitaba era sacar outs. Intentar avanzar la mayor cantidad de innings posibles. Evitar que los relevistas ingresaran al juego en desventaja. Como titular de rotación, Yera volvió a cumplir con las expectativas: fue el único lanzador con tres victorias durante la postemporada, registrando efectividad de 2.35. Dos de sus triunfos marcaron la diferencia a favor de los Cocodrilos, proporcionando ventajas en los Juegos 5 contra Las Tunas (Semifinal) y Artemisa (Final), respectivamente.
De eso estamos claros: no fue su playoffs más brillante y, por supuesto, también pesa el respaldo del equipo. Sin embargo, hay un punto que no deberíamos obviar: Yera fue el “as de rotación” que más sobresalió, mientras otros lanzadores como Dariel Góngora (Las Tunas), Reemberto Barreto (Industriales) y Geonel Gutiérrez (Artemisa) se quedaron por debajo de sus expectativas en la postemporada.
5. La combinación short-segunda, Arruebarena-Manduley
Como suele suceder, casi siempre la ofensiva ocupa los principales titulares en el béisbol, pero a menudo no podemos olvidar cuánto puede influir el trabajo defensivo para ganar juegos. A veces la diferencia entre un jugador de infield promedio y una superestrella se nos escapa en jugadas de rutina. Mientras hay jugadores virtuosos para ubicarse en el campo y anticiparse a una posible jugada, hay otros que ni siquiera hacen el esfuerzo por detener un rodado. Como vimos en múltiples lances —esto, sin hacer alusión a los errores, analizando simplemente el alcance de cada fildeador—, esa es una de las notables diferencia entre el rango de cobertura de la combinación short-segunda base de los Cocodrilos, Erisbel Arruebarena y Yordan Manduley, en comparación con, digamos, el dúo de los Cazadores, Osbel Pacheco y Raúl González.
La habilidad de fildear y tirar en movimiento —como la asistencia de Manduley que forzó a Pacheco para terminar el sexto inning—, capturar elevados en territorio corto del outfield y ejecutar un pivoteo efectivo que complete jugadas de doble play, fue una indiscutible ventaja exhibida por los Cocodrilos.
Los números finales no parecen coherentes, ¡pero fueron sensacionales!: Matanzas fabricó 14 jugadas de doble play en seis juegos contra los Cazadores —incluyendo cinco en el Juego 4, cuatro de ellas lanzando el diestro César García, quien cubrió primera en dos ocasiones—. Aparte de los errores en el corrido de bases que pulverizaron oportunidades ofensivas para los Cazadores, la efectividad en jugadas de doble play del infield matancero fue clave.
Tal vez los Cazadores pudieron mantenerse en juego, pero cometieron siete errores en su último juego del año. Sí, nunca lo dudes: la defensiva también decide campeonatos.
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