El 29 de julio pasado, 48 horas antes de que finalizara la fecha límite de cambios, la temporada del cubano Jorge Soler estaba hundiéndose entre las derrotas de los Royals y un slump desconcertante.
Luego de 94 juegos y 360 viajes por el plato, la versión del Jorge Soler que conectó 48 jonrones en 2019 parecía haber expirado. Estaba bateando sólo .190/.287/.368, con 13 jonrones, 37 RBIs y 97 ponches. Sin embargo, los Bravos de Atlanta mostraron interés en reforzarse con Soler mientras batallaban por liderar su División.
En Atlanta, Soler tenía la posibilidad de unirse a su compatriota Guillermo Heredia, jugando para un equipo con altas posibilidades de llegar a los playoffs. Era la gran oportunidad motivadora para intentar resurgir. En el resto del camino, Soler debió trabajar duro para borrar gran parte de los puntos inconexos que erosionaron la peor primera mitad de temporada en su carrera.
¿Qué sucedió entonces? Soler comenzó su esperado ascenso y terminó la temporada regular pulverizando buena parte de sus problemas en el plato: Elevó su OPS de .664 cuando se despidió de los Royals, a .749 tras terminar la temporada regular con 27 jonrones, 70 RBIs y el más alto porcentaje de embasado de su carrera (.358).
Con ese rendimiento, Soler no cubrió todas las proyecciones que probablemente habría alcanzado un candidato a ganar el premio de MVP como Ronald Acuña Jr.—quien lideraba la ofensiva de los Bravos con 4.2 fWAR antes de lesionarse—, pero ayudó al equipo a llegar a los playoffs.
Luego se perdió cinco de los nueve partidos de los Bravos durante los éxitos por 3-1 y 4-2 en las series de NLDS contra los Cerveceros de Milwaukee y la discusión por el Campeonato de la Liga Nacional ante los Dodgers de los Ángeles, tras dar positivo a la COVID-19. Aun así, Soler se recuperó, regresó en los dos últimos juegos contra los Dodgers y contribuyó para dar el primer viaje del equipo al Clásico de Otoño desde 1999.
Y entonces llegó la Serie Mundial. El manager de los Bravos, Brian Snitker, mantuvo su perspectiva de colocar a Jorge Soler como leadoff y, desde el primer swing del cubano, parecía que estaba destinado para captar toda la atención en el principal escenario de octubre.
En cuenta de dos bolas sin strikes, Soler aplastó una sinker de 94 mph del abridor de los Astros, el zurdo Framber Valdez, y se convirtió en el primer bateador en la historia de MLB con un jonrón para abrir la Serie Mundial. Después de aquel impactante vuelacercas para ofrecerle una ventaja que los Bravos no perdieron en todo el Juego 1, Soler se tomó par de ponches y cerró la noche con un sencillo de sólo 37 mph—deteniendo el swing contra una slider del relevista Ryne Stanek—.
Ese fue el inicio de lo que parecía, tal vez, sólo un destello de Jorge Soler tras su regreso luego de dar positivo a la COVID-19. Sin embargo, luego de aquel épico jonrón que tanta emoción y comentarios suscitó en el Juego 1, el swing de Jorge Soler no se detuvo.
Produjo otro bombazo decisivo en el Juego 4, para marcar la ventaja 3-2, y en la noche de este martes cerró su viaje triunfal a la gloria como héroe del Clásico de Otoño: Soler bateó un impresionante jonrón a 446-ft que destrozó las esperanzas de los fanáticos de Houston, haciendo parecer por algunos segundos como si las dimensiones del Minute Maid Park fueran similares a los estadios de softbol para veteranos.
Después de una batalla de ocho pitcheos, el abridor de los Astros, el novato diestro Luis García, recurrió a uno de sus lanzamientos más efectivos: El cutter. Durante su enfrentamiento anterior en el primer inning, García mezcló sólo cutters y bolas rápidas de 96 mph contra Soler, hasta que terminó ponchándolo.
Dos entradas más tarde, en el turno siguiente, cuando los Bravos colocaron par de corredores en bases con dos outs, Soler desgastó a García y lo forzó a usar casi todo su repertorio. Tiró siempre del centro de home hacia afuera y sobre lo bajo, cutter, cutter, bola rápida, cutter, slider, slider, bola rápida y cutter. O sea que, su último cutter, resultó el séptimo de 14 pitcheos—la mitad—contra Soler en toda la noche, pero ese no fue su gran desliz. No. García y el cátcher Martín Maldonado intentaron cruzar una línea que, cuando Soler está en la caja de bateo, habitualmente tiene una señal titilando la palabra “Danger”.
En 3 y 2, cada movimiento en el balance de Soler antes de golpear la pelota dejó clara una noción sobre qué secuencia estaba rondando su pensamiento. Y entonces, García lanzó probablemente el peor cutter de todo el año: Un manjar a sólo 83 mph, sin nada que envidiarle—con todo respeto—a un lanzamiento de Derby de Jonrones. Maldonado puso su mascota sobre lo bajo de la zona de strike, y eso nos recuerda ¿qué?... Sí, correcto: Cuando le pidió una slider baja y sobre el borde exterior de la zona de strike al relevista diestro Cristian Javier en el séptimo inning del Juego 4.
Antes de que García hiciera su mini “wind up” con dos peculiares pausas, buena parte de la fanaticada de los Astros se puso de pie y comenzó a pedir el tercer strike. Hasta ese momento, había sido un gran duelo de pitcheo entre García y el zurdo de los Bravos, Max Fried.
Ciertamente, no teníamos ninguna señal de brújula beisbolera moviéndose a favor de nadie. Pero García pecó, oprimiendo el botón equivocado. Volvió a lanzar donde ya había fallado Framber Valdez en el Juego 1, y Cristian Javier en el Juego 4. Y no se trataba sólo de la zona del lanzamiento, sino del peligro que se puede generar cuando un lanzador permite que Soler hale a sus anchas.
García soltó la pelota y no fue el único sorprendido. Cuando Soler detonó la dinamita de sus muñecas con su swing y su bate crujió el último cutter que puso a rotar Luis García en 2021, casi todas las esperanzas de los Astros se marcharon junto al cohete de 446-ft a su velocidad de salida de 109.6 mph.
García daba vueltas y se notaba desconcertado en el montículo, aunque si algo le quedaba como consuelo, era su entrega con sólo tres días de descanso y, al final, permitir el estacazo devastador con su principal arma.
Michael Brantley ni se movió en el leftfield.
La ola gigantesca de cintas, recortes de tela y banderas anaranjadas se hundió de un frío y asfixiante soplido… El cátcher Martín Maldonado, quien hizo su mejor esfuerzo por simular que su mascota era la diana perfecta, se quedó mirando la explosión mientras dejaba caer el peso de su cuerpo cargado de arreos sobre la rodilla izquierda.
Dusty Baker, el manager de los Astros, levantó su cabeza y no creo que haya podido ver más que una luz degradada a millones de kilómetros como las estrellas fugaces en la noche. Asintió un quejido con su brazo derecho hacia abajo, y tomó el bolígrafo en su tarjeta de lineup. Sus próximos pasos fueron rumbo al montículo, tal vez para liberar tenciones y sacar a García del ojo del ciclón.
Los aficionados de los Astros enmudecieron antes de que Soler se diera dos palmadas en el pecho y señalara con su mano derecha hacia el dugout de los Bravos, como diciendo que él estaba ahí. Los libros de récords se estremecieron. En Twitter había una sola tendencia: “Jorge Soler”, que explotaba como un volcán y, en algún rincón de Minute Maid Park, Dick Rudolph y Hank Aaron sonrieron.
“En ese turno (García) me tiró casi todos los pitcheos”, le dijo Soler a ESPN tras pasar a la historia de las Series Mundiales como el tercer cubano con al menos tres jonrones, uniéndose a Tany Pérez (1975) y Randy Arozarena (2020). “En 3 y 2 le di buenos fouls, le estaba cogiendo buen turno, se le quedó el slider colgado y le pude conectar”.
¿Slider? Sí, para Soler el pitcheo que reventó fue una slider, no un cutter. Pero está claro que los radares de MLB ofrecieron la descripción exacta. Entonces, sólo podemos analizar algo finalmente aquí: Soler estaba pensando en un pitcheo rompiente, después de la última bola rápida que pellizcó de García en cuenta completa. Así que no importa si Soler pensó que era una slider: Estaba decidido a tener paciencia, dejar llegar la pelota y hacer un buen swing.
Lo logró todo como quizás ni habría imaginado, y el jonrón de su vida le abrió las puertas del estrellato, pasando a ser sólo el segundo cubano que gana el Premio de MVP en una Serie Mundial. El anterior fue un lanzador, Liván Hernández, durante su paseo dominante por la postemporada con los Marlins de la Florida en octubre de 1997.
Cuando la fanaticada de los Astros enmudeció en el inicio del tercer inning, se habían lanzado apenas 65 pitcheos en toda la noche. Y, como continuó el sorpresivo guión del Juego 6, cada lanzamiento presagiaba un final adelantado en la fascinante noche en que los Bravos de Atlanta volvieron a tocar la gloria del béisbol de las Grandes Ligas.
El resto del partido parecía la peor réplica de una batalla de Serie Mundial. Minute Maid Park se convertía en una pasadía beisbolera para los divertidos y emocionantes Bravos. Todo era cuestión de tiempo, y los outs comenzaron a caer, impulsados por el ímpetu del zurdo Max Fried, trayendo los recuerdos de Tom Glavine en su joya de pitcheo del Juego 6 y decisivo para los Bravos de 1995.
Yordan Álvarez—bateó de 20-2 con seis ponches—nunca volvió a ser el indetenible “Yordan Álvarez MVP” que se encargó de mandar a reservar los vuelos de Boston rumbo a casa. Carlos Correa no volvió a dar la hora, mientras Dansby Swanson y Freddie Freeman aturdían al bullpen de los Astros hasta poner el score 7-0.
Cuando Yuli Gurriel entregó el out 27 con un rolling al guante de Dansby Swanson en el campo corto, no eran las 11 y 22 de la noche en Houston, era la hora de los Bravos de Atlanta, rompiendo una gran espera de 26 años sin cargar un trofeo de Serie Mundial.
“Se siente increíble estar aquí”, dijo Soler sobre la incomparable experiencia, siendo protagonista esta vez en su segunda Serie Mundial, exactamente cinco años después de haber ganado su primer anillo con los Cubs de Chicago, el 2 de noviembre de 2016. “Gracias a Dios pudimos ganar la Serie Mundial. Le dedico este éxito a toda la organización, a esos fanáticos que vinieron hasta aquí para vernos jugar, que siempre nos están apoyando, para mi familia, en general, para todos fue una gran victoria”.
Este martes en Houston era, para la memorable historia del béisbol, el juego de Jorge Soler, quien coronó con su resurgimiento hasta ganar el premio MVP de la Serie Mundial, la oportunidad que le ofrecieron los Bravos de Atlanta.
(Foto: Jorge Soler/MLB)
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